Giorgio Napolitano fue el primer presidente de la historia de la República italiana que encadenó dos mandatos, entre 2006 y 2015, y se convirtió en cierto remanso de estabilidad en un periodo particularmente convulso para el país transalpino. El líder político ha fallecido este viernes a los 98 años en la clínica Salvator Mundi de Roma, donde permanecía ingresado desde hacía varios días por complicaciones de salud.
Durante décadas fue un miembro destacado del Partido Comunista Italiano (PCI), donde formó parte de la corriente reformista, que pretendía cierta relación con los partidos socialistas italianos, en la conocida como Primera República, y fue también una figura clave durante la llamada Segunda República, que surgió después del colapso de todo el sistema político tras un caso de corrupción. Se convirtió, además, en el primer presidente comunista de la historia republicana.
En su currículum destaca la naturalidad con la que supo combinar su trayectoria comunista —en él se sintetiza toda la historia del PCI del “dopoguerra”— con su condición de hombre de Estado: Napolitano desempeñó cargos tan delicados como el de presidente de la Cámara de Diputados y el de ministro del Interior. Los periódicos italianos han destacado, precisamente, que siempre hizo lo que había que hacer en cada momento: la batalla contra el fascismo, la construcción de una república constitucional y su compromiso con las instituciones.
A pesar de que comenzó joven en política, Napolitano alcanzó la cima de su influencia al final de su vida, durante su primer mandato como Presidente de la República, en el que tuvo que hacer frente a tiempos políticamente delicados y económicamente turbulentos, con distintos jefes del Gobierno, como Silvio Berlusconi, el técnico Mario Monti o los enfrentados Enrico Letta y Matteo Renzi.
Aunque durante toda su presidencia se mantuvo dentro de los límites de las prerrogativas constitucionales ―la República italiana prevé amplios poderes para el jefe del Estado, sobre todo en periodos de gran inestabilidad sistema político―, Napolitano es recordado como un presidente especialmente intervencionista.
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Entre otras cosas, durante el periodo de crisis de la deuda soberana, que amenazó con colapsar la economía italiana en 2011, impulsó la dimisión del entonces primer ministro, Silvio Berlusconi, que no parecía ser plenamente consciente de la gravedad de la situación, a pesar de las reiteradas advertencias de las instituciones europeas y de otros jefes de Gobierno. A continuación, nombró un gobierno técnico presidido por Mario Monti, que asumió por completo las indicaciones de Bruselas que pasaban por recortes severos en la economía y el extremo rigor presupuestario. Fue una época de sacrificios para Italia. A partir de ese momento, Napolitano, ya anciano, se convirtió en figura central de la política italiana y europea.
Dos años después, instauró una gran coalición bajo el mando del político de centro-izquierda Enrico Letta, tras unas elecciones parlamentarias inconclusas, en las que el Movimiento 5 Estrellas obtuvo un resultado muy por encima de las expectativas. En ese momento, se convirtió en un presidente controvertido después de nombrar no uno, sino dos gobiernos de gran coalición entre el centro-izquierda y el centro-derecha que excluían al M5S. Los grillinos lo utilizaron durante mucho tiempo como herramienta propagandística, para atacar políticamente tanto al propio napolitano como a los dos primeros ministros de esos años, Enrico Letta, desbancado por su propio compañero de filas, Matteo Renzi, ambos del Partido Democrático.
Cuando concluyó su primer mandato en 2013, numerosos partidos procesionaron hasta su residencia para rogarle que se quedara un poco más, de manera excepcional, para dar tiempo a la política a reformarse y a Italia a recomenzar tras el gobierno técnico y la grave crisis económica y política que le precedió. Con 90 años, aceptó la llamada a filas y en su discurso de investidura denunció la degeneración de la política en una regañina sin precedentes a los parlamentarios. Una situación similar se repitió el año pasado con Sergio Mattarella, quien actualmente sigue en el cargo.
La prensa comenzó a apodar a Napolitano como el “rey Giorgio”, un sobrenombre que comenzó como una crítica y acabó adquiriendo connotaciones positivas. Le gustaba explicar su concepción de la política citando las palabras que el escritor alemán Thomas Mann había dirigido desde América a los alemanes durante el periodo nazi: “Sigo convencido de que la política encierra mucha dureza, necesidad, amoralidad, mucho oportunismo, pero nunca podrá despojarse por completo de su componente ideal y espiritual, nunca podrá negar por completo la parte ética y humanamente respetable de su naturaleza”.
Nacido en Nápoles en 1925, en el seno de una familia burguesa, tres años después del inicio de la Italia fascista, que duraría veinte años, hasta 1943. Un año después y para hacerse comunista, Napolitano rompió con su padre, un abogado liberal. Aunque no siguió la trayectoria de su progenitor, se licenció en Derecho en la Universidad de Nápoles Federico II en 1947, con una tesis de economía política sobre el “desarrollo fallido del sur de Italia”.
Napolitano se estrenó en el Parlamento en 1953 y pasó una vida en la izquierda. Era también uno de los últimos dirigentes supervivientes de la vieja guardia del Partido Comunista. Convencido europeísta y reconocido estadista, fue un líder nato. El periodista Michele Serra, lo definió así en Tango, el suplemento satírico del periódico ligado al Partido Comunista L’Unità: “Gusta a los intelectuales moderados, a la OTAN, al Partido Socialista Italiano, a los empresarios liberales, a Scalfari: si también gustara a los comunistas, hace tiempo que habría sido secretario”.
Se espera, como ordena el protocolo, un gran funeral de Estado similar al organizado a Silvio Berlusconi el pasado mes de junio, aunque en ese caso se trató de una circunstancia excepcional, ya que el magnate nunca ocupó la Presidencia de la República.
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